especÃficas.
Por lo tanto la unión entre tales partÃculas crea una tensión, opuesta a la pulsión de muerte. En este nivel, el encuentro con lo diferente preserva del aniquilamiento porque si tales partÃ-culas viven rodeadas por sus propias deyecciones, mueren irremi-siblemente en un proceso tóxico.
Sólo se puede conservar la vida, si ésta transcurre entre productos segregados por partÃculas diferentes. Freud conjeturaba de que también era necesaria una coraza de protección ante los estÃmulos exteriores al cuerpo, y también la posibilidad de expulsar fuera del organismo, aquellas excresiones que en lo interior se volvieran tóxicas, para interponer luego ante ellas la mencionada coraza.
PodrÃamos decir que si falla el criterio expulsivo o la coraza antiestÃmulo, un sector del organismo pasa a funcionar como depó-sito potencialmente explosivo de las toxinas generales.
En determinados momentos de un grupo, opera una lógica por la cual los distintos integrantes constituyen partes de un cuerpo único, como si estuvieran todos unidos por un cordón umbilical, y uno de los integrantes, o varios alternativamente, ocuparan el lugar de coraza o el lugar en que ocurre la descarga. El agente gracias al cual se logra sostener este criterio está constituÃdo por un erotismo despertado con exageración. Este en lugar de investir la exterioridad puede tomar al cuerpo como objeto.
Puede pensarse que en cada aparato psÃquico existe un momento primordial en que el yo aún no se ha desprendido del ello, y en que la libido inviste a los órganos y luego emigra hacia las zonas erógenas. Cuando en un movimiento regresivo toma al cuerpo como objeto la exterioridad que le corresponde es de naturaleza rÃtmica. En esta importa no la cualidad del estÃmulo sino la frecuencia, la captación de ritmos indica la indiscriminación inicial. Se va produciendo una articulación entre ritmo, número, ganancia; tÃpico de los enfermos psicosomáticos de quienes se dice que «hacen números» como un intento de recuperar su propio ritmo. La ganancia que obtiene, suelen pagarla con salud (con una «libra de carne») y en la búsqueda del plus de ganancia, («plusvalÃa») el precio es la salud.
En tales ocasiones muy arcaicas del desarrollo libidinal, ciertas actitudes familiares intrusivas o abandonantes, promueven un mismo efecto: despiertan grandes intensidades voluptuosas, en lugar de registros sensoriales de la exterioridad.
Cuando acontecen estos procesos sensuales exagerados la erogeneidad no se liga a la sensorialidad sino que inviste órganos o funciones corporales, (punto de fijación de afecciones psicosomáticas y adicciones). Estos por oposición a la sensoria-lidad nunca se ausentan, por lo cual la voluptuosidad puede no tener lÃmite.
La falta de lÃmite determina la dificultad para generar espacios mentales en los que se desarrolle la fantasÃa, el pensamiento, y con ello la generación de proyectos. Predomina el criterio de la instantaneidad, la satisfacción inmediata con incremento de la cantidad que genera, dada la urgencia de descarga, la imposibili-dad para establecer vÃnculos duraderos.
La libido entonces inviste órganos a la manera de la enfermedad
psicosomática; se puede descargar a travez de crisis convulsivas; puede buscar fijarse a objetos no frustrantes como las adicciones, (en estas últimas a su vez, sostenido por modelos identificatorios, como dije anteriormente), o buscar descarga a traves de situaciones traumáticas como los accidentes, (por falta de posibilidadde simbolización).
En la medida que no se constituye una sensorialidad investida, no se pueden desarrollar proyectos respecto de una exterioridad a la familia misma, entonces las dimensiones tiempo y espacio forman un conglomerado indiscriminado.
En estos grupos por falta de una función paterna reordenadora puede producirse acumulación pulsional en sus miembros. La falta de lÃmite deviene en tomar al cuerpo del otro como propio (maltrato corporal), imposiblidad de conquistar la exterioridad y en cambio sobrecargar órganos (enfermedades psicosomáticas), descargas convulsivas (hiperkinesias), descargas traumáticas, accidentes, fijación a objetos no frustrantes (adicciones), intentos de discriminación a veces inadecuados, (transgresiones, perversiones). En la interacción indiscrimianda, unos se descar-gan en otros de manera alternativa, o a veces los roles se cristalizan. Uno de los miembros es objeto de descarga y escudo antiestÃmulo para otros miembros. A su vez aquel puede buscar su descarga vÃa enfermedad somática, accidente o perversión.
-Momento evolutivo y función fallida o abolida. En algunos casos, existe una coincidencia marcada entre las relaciones interindi-viduales y alguna de estas organizaciones intrapsÃquicas, pero en otros casos esta diferencia es grande.
Sin embargo, aún cabe destacar que muchas de las vivencias infantiles sólo a posteriori, al surgir fases más estructuradas de la organización del yo, se vuelven incompatibles entre si, pero ya no como vivencias sino como huellas mnémicas, y esto hace que sean imposibles para el yo tanto el cuestionamiento de la contradicción cuanto la fuga.
En efecto, las paradojas se transforman en eficaces a medida que el preconsciente se organiza como estructura con sus propias leyes, es decir, en la fase fálica, pero sobre todo, a partir de la latencia y la adolescencia.
En la etapa anal retentiva, se establece la lÃnea divisoria entre neurosis y psicosis. Freud, 1916, 17, dice que en el primer mo-mento rigen las tendencias destructivas de aniquilamiento y pérdida; y en el segundo, las de conservación y posesión, amiga-bles para con el objeto. La analidad secundaria se vincula con el complejo del prójimo. Freud, en «Proyecto de una psicologÃa para neurólogos – Memoria y juicio», 1950a [1887-1902], sostiene que el yo cuando percibe, analiza y descompone hasta crear un complejo (hablamos de un yo correspondiente a la etapa anal secundaria). El complejo del prójimo se lo discierne por su comparación con el yo; y contiene elementos constantes, invaria-bles, que constituyen el núcleo; y elementos transitorios, va-riables que constituyen el predicado. Los predicados pueden ser de dos tipos: cualitatvios que se refieren a estados, y funcionales que se refieren a movimientos. Por el predicado, prójimo y yo son idénticos; por el núcleo, prójimo y yo son diferentes. Los rasgos son irreductibles a los rasgos del otro, asÃ, el rasgo es un núcleo del yo. Cuando el otro no tiene núcleo diferente, predomina la identificación primaria, y no se la reconoce como a un otro. Cuando los predicados son idénticos, es posible la identificación total con el otro. Durante el erotismo oral, bajo el predominio de los afectos, el otro y el yo son una masa unificada por los predicados cualitativos. Antes de la etapa anal secundaria, el otro, psÃquicamente no tiene status de permanencia y de irrevocabilidad, como lo tiene luego, en éste perÃodo el infante es más vulnerable a la influencia del medio, puede ser confundido, inoculado, y transformado en doble.
El problema de la identificación.
Se ha enfatizado lo que es más evidente: la actitud, el deseo, o el discurso del contexto como factor ideologizante, y se ha dejado a un lado el interrogante acerca de cómo dicha actitud o dicho discurso se vuelve eficaz en un aparato psÃquico en forma-ción. ¿Cómo es que un Yo prepara y anticipa esa influencia pre-suntamente objetiva? Freud afirma que en un principio no existe nada parecido a un Yo, dado que sólo hay pulsiones parciales que se satisfacen de un modo autoerótico, autónomas unas de otras.
La literatura psicoanalÃtica ha supuesto, y con razón, que la operación psÃquica que engendra un yo a partir de este estado de dispersión erógena es la identificación, pero de hecho lo que a-firma Freud es que ocurre una sÃntesis de las pulsiones parcia-les, o bien que se desarrolla una nueva «acción psÃquica».
Es decir, la identificación parece relacionarse con esta acción psÃquica, puramente interna, y tiene un valor de sÃntesis, de articulación entre las diferentes pulsiones parciales. Ligadura que es lograda por un desplazamiento pulsional, como el que co-rresponde al pensar inconciente. La función de la identificación primaria, ésa nueva «acción psÃquica», consiste en ganar un Yo. Sobre éste recae la investidura libidinosa y de autoconservación. Tal unificación erógena parece promovida por el empuje de las necesidades, de las pulsiones de autoconservación y las investi-duras libidinosas narcisistas de los órganos en que se registran las grandes necesidades.
Tales identificaciones primarias interesan al ser, al sujeto del Yo, y su desarrollo implica que este Yo alcanza el sentimiento de sÃ. La identificación primaria ocurre en un vÃnculo con un objeto puesto (por proyección) en la posición de modelo o ideal para el Yo,elcual pretende configurarse acorde con aquél.
Si el Yo supone alcanzar este cometido ocupa la posición sujeto, la cual se acompaña del desarrollo de un sentimiento de sÃ.
En el modelo o ideal, en aquello que desea ser, el Yo encuentra un promesa de su propia configuración por venir. El modelo antes mencionado no está constituÃdo por una realidad objetiva, un padre o una madre que con sus