
La conducta de los jóvenes delincuentes (aunque prefiero llamarles inadaptados, dada su connotación con el concepto jurídico de delito) tiene uno de sus orígenes en los ambientes familiares del que proceden. Los modelos de conducta antisocial que aparecen en la adolescencia tienen a perseverar en la juventud cuando los padres o los amigos también manifiestan ese tipo de conductas. Los jóvenes delincuentes suelen tener dificultades personales y sociales debido a su entorno cultural, social y laboral y a las relaciones inadecuadas que mantienen. Sus historias familiares son deficientes, han conocido el fracaso escolar y han tenido por compañía a otros jóvenes con la misma problemática. No podemos olvidar que el joven desadaptado busca precisamente su adaptación (como todo hombre) a ese entorno en el que vive; pero cuando ese entorno no es considerado como de normalidad, entonces su conducta será tipificada como delincuente e ilegal. El criterio jurídico de normalidad considera anormal o desviado a todo aquel que ponga en peligro las estructuras sociales.
Es necesario buscar refuerzos en el entorno de estos jóvenes que les ayuden a adquirir unos comportamientos correctos, reduciendo así su conducta agresiva.
Sin la ayuda, el apoyo y la seguridad que puede proporcionar una familia normalizada, estarán propensos a cometer actos delictivos. Las actuaciones preventivas han sido casi inexistentes, y aún hoy pueden considerarse rudimentarias.
Se crea todo un sofisticado sistema penal pero no se estructuran medidas destinadas a hacer frente a los comportamientos desadaptados. Existen psicólogos, asistentes sociales y educadores en las cárceles, pero no se ponen en funcionamiento medidas preventivas en los barrios, no se crean centros sociales y recreativos para los jóvenes, no se les proporciona empleo. No se interviene cuando el menor está en peligro, sino cuando es un peligro para la sociedad, estigmatizados todavía más a los chavales a través del aparato judicial y los reformatorios, sin ofrecerles alternativas adecuadas a su situación. Muchos chavales acaban asumiendo así su rol de “malos” y se especializan en su comportamiento desadaptado.
Los Educadores de Calle, entre otros agentes preventivos olvidados por la clase política, pretenden reducir y prevenir la delincuencia manteniendo relaciones con refuerzo mutuo, compartiendo el ocio y el juego, mostrando interés por los chavales, animándoles, buscando juntos soluciones a sus problemas. Y todo ello desde la presencia física y la cercanía, en sus calles y barrios, y no desde despachos acomodados desde donde se está pretendiendo institucionalizar la delincuencia como un “negocio” rentable para abogados, psicólogos, empresas de seguridad, asistentes sociales, carceleros y un sinfín de profesionales del tinglado burocrático; sin contar a los que manejan el monopolio del terror con la droga y la prostitución.
Reivindicar una mayor calidad de vida para todos pone nerviosas a muchas personas.
JUAN SOTO
-Viladesuso, Pontevedra 24.6.1958. Educador. En 1988 creo y presidio la Asociacion de Educadores en el Tiempo Libre para la Prevencion de la Marginacion Infantil y Juvenil -ASETIL-. Desarrollo su labor humanitario de educador de calle en Vigo, y potencia este modelo de intervencion en medio abierto con la juventud. Dirigio durante varios años los programas Una Esperanza en Marcha y Documentacion Social en Radio ECCA. Publico Madres Contra la Droga -1998- y, en colaboracion, Reflexiones de un Educador de Calle -1996-, y coordino Metodologia del Educador de Calle -1997- y Manual del Educador de Calle -1997-.
(Enciclopedia Galega Universal. Ir Indo Edicions. Vigo, 2002).
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