El mayor de los suicidios
“El mayor de los delitos es el suicidio, porque
es el único que no tiene arrepentimiento.”
A. Dumas, padre, Le Vingt–quatre février
Suicidios colectivos han existido desde los más remotos tiempos hasta nuestros días. Los numantinos en el año 133 a. C., encontrándose cercados y agotados de hambre por las huestes de Escipión Emiliano, optaron por quitarse la vida antes de caer en manos de los romanos. Otro caso de suicidio colectivo histórico lo protagonizaron los más de dos mil quinientos Kamizakes japoneses que, haciendo de torpedos humanos, entregaron su vida por su patria. Dieron a entender al mundo entero que su acción fue un acto de altruismo, aunque todos entendemos que resultó ser un acto de puro fanatismo, y quizá con sospechas… no demostradas de que estos soldados habían ingeridos drogas (?) con anterioridad a sus acciones bélicas. Estos soldados y todo aquel que se suicida cometen el mayor de los delitos: el suicidio.
No debemos olvidar ni por un momento que, actualmente, existe también el suicido infantil. Hoy por hoy es tres veces más frecuente que hace cuarenta años. Los jóvenes al tocar con sus manos la adolescencia el problema se agrava notablemente. Estos hechos los podemos comprobar sobre todo en los Estados Unidos de América. Vemos con frecuencia que existen causas que lo favorecen: el fracaso escolar, el abandono por parte de sus padres, hijos de padres separados o divorciados y, desde luego, son proclives al suicidio aquellos jóvenes que han pasado su infancia en hogares rotos en el terreno afectivo. Vivimos un mundo falso, diría yo, en el que tan sólo existe el “aquí y ahora”. Para prevenir que el/la joven se suiciden, ha de fomentarse un buen entendimiento y comunicación entre padre–madre–hijo.
Pues bien, en los momentos actuales nos encontramos con el nacimiento de unos grupos de personas con una misma doctrina religiosa o filosófica, que se constituyen en discípulos de un “Mesías”. Este ser mesiánico maneja a sus prosélitos, llevando a cabo un verdadero “lavado de cerebro” que termina por anular sus voluntades y entendimientos; los convertidos se convierten en jenízaros, en sentido figurado, seguidores de una causa e inclinados a cometer cualquier clase de hechos delictivos. Otro conjunto de personas, aun cuando no cometen hechos delictivos, entregan su dinero, hace votos de castidad y, en muchos otras ocasiones, abandonan sus hogares, entregándose en cuerpo y alma a la causa. He aquí como nacen las que hemos venido en llamar “sectas”.
Las sectas proliferan en todas las religiones tradicionalistas (budistas, cristianos, mahometanos, católicos– y digo bien, pues presuntamente el “Opus Dei” es una secta más a mi corto entender, aunque puede que esté equivocado…–, confucionistas, etc.) marcando una nueva teoría de salvación, y constituyendo un verdadero ghetto infranqueable. Todo esto parece tener visos de realidad, pero yo comprendo que es puro fanatismo. Hay un Dios sólo para todas las religiones, y hay un pobre para cada religión; la mejor religión para cada persona es la que ha recibido de sus antepasados, y nosotros los católicos debemos de acercarnos a nuestras parroquias y ayudar a nuestros hermanos–no importa su religión–, a conllevar sus penas, sus necesidades y sus hambres. Si hemos de entregar unas monedas, ese es el sitio y el momento para hacerlo. Si así obrásemos desaparecería para siempre las tan temidas sectas. (No olvidemos que la religión católica es una de las muchas que existen, pero entandamos –de una vez por todas–que no es la única verdadera.)
No olvidemos a nuestros jóvenes, nuestros hijos, victimas propiciatorias en los que se ceban las sectas: ellos son proclives a convertirse en sectarios, pues se hallan sin trabajo, sin ideales,, con abandono de sus estudios… Prestémosles ayuda y entrega: la droga pulula cerca de sus corazones. Quiero hacer constar, que las sectas han salido a la luz del día gracias a los medios de comunicación. Hoy existe el periodismo de investigación, que aportan pruebas constatadas fehacientemente a la autoridad judicial.
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Mariano Cabrero Bárcena Madrid, 08-11-1938 Casado, dos hijos y residente en La Coruña (España) Escritor, poeta y ensayista Funcionario de La Administración del Estado/ Escala Superior, jubilado Obras: -Periodismo: ¡Difícil profesión!,1995 -Mi compromiso con el periodismo, 1998 -Reminiscencias de mi juventud, poemas, 1994 -Miscelánea de muertes, sueños y recuerdos, poemas, 1995 -La realidad de mis silencios, poemas, 1997 -La travesía de la vida, poemas, 2001